No sé si me impresiona o me hace gracia que tenga que proclamarse una ley para que se garantice la dignidad en la muerte. En el fondo, casi todo el porcentaje de esa dignidad radica en la eliminación del dolor. Hay dolores y dolores. Están el dolor y la incomodidad terapéuticos que tienen futuro y sirven para algo. Son los que advienen de procesos curativos, a veces muy dolorosos, pero aceptados anímicamente con vigor y esperanza, porque son reconocidos como un camino arduo, largo y difícil, pero que lleva a un final feliz: la curación.
Y luego está el dolor ineficaz, estéril, maldito. No adelanta nada decir a la gente que Jesús sufrió más y que era inocente. La persona tiene todo el derecho del mundo a aceptar piadosa y compungidamente el argumento o rechazarlo de plano. Aunque sea creyente. Ni siquiera el dolor de Cristo fue redentor. Son cosas que se dicen con poco o ningún fundamento teológico. Lo único salvador fue, y sigue siendo, la voluntad misericordiosa y salvífica de Dios, compartida por su hijo Jesús, empeñado, a pesar de los miedos y las dificultades, en aceptar y cumplir la voluntad de su Padre. (El dolor de Cristo sí fue pedagógico y testimonial, signo y denuncia del dolor de los hombres provocado por otros hombres injustamente).
Me atrevo a decir que el dolor de la Pasión casi fue un estorbo. Dudo que estuviera en la Providencia directa de Dios, como causa primera, que diría Santo Tomás de Aquino. Más bien es producto de las causas segundas, del pecado del hombre. Tengo la firme convicción de que se ha malinterpretado la frase de San Pablo “sufro en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”. A la obediencia del Hijo y a su sumisión voluntaria a los planes del Padre no falta absolutamente nada. “No quieres ni sacrificios ni holocaustos, por eso dije, “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Las consideraciones piadosas, mejor diría pseudo pías, sobre el dolor de los enfermos terminales no dejan de ser una monserga que algunos largan con un sentido moralista, pero profundamente egoísta. Se trata de que sufran los otros. Cuando llegue mi caso, ya veremos. Y lo aseguran basados en no sé qué ideología, que no Teología, más sádica que masoquista, pero cualquiera de las dos igualmente rechazables, por crueles, implacables, y, además, falsas y delirantes en su fundamentación psicológica. Toda persona tiene el derecho a administrar su propio dolor, y, sino lo puede hacer personalmente, los parientes y profesionales de la atención a enfermos agónicos, en coma o terminales, deben de poseer los instrumentos tecnológicos y jurídicos para poder aplicar, con dignidad, sistemas paliativos y eficaces contra el dolor.
¿Quién marca los límites de “lo digno” y “lo justo”? En primer lugar la conciencia. Siempre la conciencia, del enfermo y de los profesionales de la medicina. Y justamente para evitar situaciones delicadas de indefensión y de posibles interpretaciones que bordeen actuaciones delictivas según el Derecho penal vigente y tradicional, es bueno, razonable y justo, que se pronuncie la ley. He enfatizado antes, y lo reitero, el papel estelar de la conciencia, en el plano ético, evidentemente. Y hay que insistir en que lo ético es anterior, cronológica y metafísicamente, a lo jurídico. Pero este aspecto es importante por vivir en sociedad, y ante la eventualidad de la existencia de conciencias deformadas o positivamente maliciadas. O previendo actuaciones con fines espurios, que la Historia demuestra que se pueden dar, pues se han dado.
Este año, en mi parroquia, hemos tenido un curso de Bioética, que me he encargado de impartir. En él hemos aprendido la diferencia que hay entre Eutanasia y las técnicas que tienden a paliar el dolor inútil. En España no esta legalizada la Eutanasia. Es seguro, por tanto, que el anteproyecto de La Ley de Cuidados Paliativos y Muerte Digna, que así se titula la futura ley, no regula la eutanasia ni la ayuda necesaria al suicidio, que siguen estando penalizados. La reciente sospecha de los obispos me parece que no tiene lugar. Pero aunque la tuviese, habrá que recordarles, una vez más, que los responsables de la legislación, en un país democrático, son los ciudadanos, por sí, o a través de sus representantes. Y que para la consideración ética ya está la conciencia de la persona. ¿Es verdad, o no, como enseñamos, que Dios ha puesto en el hombre la conciencia como su impronta para detectar el mal y evitarlo? Ya está bien de considerar a las personas como menores de edad.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara