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¿Qué se gana con la grosería, Amaral?

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Reconozco que no sé gran cosa de la ¿música? de consumo masivo, por decirlo de alguna manera. En Brasil distinguen, y creo que es buena y práctica la distinción, entre música erudita (no clásica, como aquí), y música popular. En este apartado hay cientos de subgéneros, desde los blues hasta el rock, desde las baladas al metal, bandas sonoras de películas, flamenco, tango, música celta, country, es decir, todo lo que no es erudito ni se toca con orquesta o instrumentos “serios”, esos que algunos llaman clásicos. ¿He escrito también el flamenco? Algunos lo consideran dentro de la música pre-erudita, como una de las grandes inspiraciones, con el gregoriano, de la música polifónica y tonal a partir de los siglos IX-X.

Poniéndome un poco cursi, y volviendo a la mal llamada música clásica, pienso que cada arte tiene su época de clasicismo, que no tiene por qué coincidir con las de otras artes. En música, aunque parezca herejía a algunos, para mí Beethoven no es clásico, sino romántico. El clasicismo musical es el barroco, músicos admirables que conocían y practicaban de modo casi milagroso el arte de la fuga. Gente como Claudio Monteverdi (1567-1643)  Girolamo Frescobaldi (1578-1643), Arcangelo Corelli (1658-1711), Alessandro Scarlatti (1660-1725),  Antonio Vivaldi (1678-1741), Tomaso Albinoni en Italia; Johann Pachelbel (1653-1706), Johann Sebastian Bach (1685-1750), Händel (1685-1759) Georg Philipp Telemann (1681-1767, en Alemania; aunque, como en Italia, hay muchos más. El mayor, no solo del barroco, sino probablemente de la música universal, el gran organista de Leipzig, Johann Sebastian.

También hay músicos barrocos, es decir, clásicos, en Inglaterra, el más famoso, sin contar al gran Georg Friedrich Händel (1685-1759), que ya lo hemos contado en Alemania, donde nació, pero donde se hizo famoso y rico fue en las islas, Henry Purcell (1659-95). En Francia,  grandes desconocidos para los legos, pero espléndidos músicos son Jean-Baptiste Lully (1632-87), Marc Antoine Charpentier (1640-1703), François Couperin (1668-1733) y Jean-Philippe Rameau (1683-1764), probablemente el más fino y creativo músico barroco de la nación vecina.

En España los más conocidos son Juan Cabanilles, el Padre Soler, y Tomás de Torrejón y Velasco. Por entonces vivieron en España, donde compusieron la mayor parte de sus obras, los italianos Domenico Scarlatti y Luigi Boccherini. Me he permitido este pequeño paseo por los músicos barrocos porque, fuera de los tres o cuatro egregios músicos, de los demás ni siquiera suena el nombre. Y todo esto iba para decir que de la música popular o ligera no tengo, casi, ni idea. Y, a su vez, todo ello va con el fin de comentar el ex abrupto de Amaral, recomendando a un político que citó una de sus canciones en el Parlamento, que “no le tocase las …criadillas”, por decirlo un poco más finamente que el cantor (¿o será el grupo, el conjunto?, hasta ahí llega mi desconocimiento del asunto).  

Resulta que en el revuelo del debate, continuio, diario e interminable, entre el ministro de Interior, Rubalcaba, y el portavoz del PP para asuntos de Interior, el primero recordó al segundo la letra de una famosa canción del grupo, que, por lo visto y oído, dice algo así tan original y desconocido como “sín tí no soy nada”. A raíz del rifirrafe he escuchado en la tele la canción, y ni letra ni música son nada del otro mundo. Cada vez entiendo menos a los considerados periodistas de este país. Se limitan, generalmente, a reproducir sin más las noticias, las frases, los chascarrillos, sobre todo de los famosillos, pero entran poco en la valoración de los mismos. Y mucho menos en la crítica valiente y libre.

Sucede que Aguirre, miembro del grupo Amaral, vino a insinuar que no soportaba la “utilización política” de una frase de una de sus canciones. Y, lo que comento, hay quien ha coreado la ocurrencia. No estoy de acuerdo para nada. Me da lo mismo Rubalcaba que Rajoy o Artur Más. Como si yo en una homilía citara la letra de una canción famosa, de Amaral, de los Beatles, de Rocío Jurado o de Aznavour. Lo que está en el mercado, y en el aire de las emisoras y televisiones, y se oye y ve, si de su uso no se deriva un aprovechamiento económico, es de todos. Sería ridículo que mi comentario en homilía de lo absurdo de la letra “Antes muerta que sencilla“, fuera acusado de aprovechamiento de esa música por la homilética cristiana. ¡No me tomen el pelo, Amaral! Ustedes  ni son tan importantes, ni tan conocidos. Pienso que el señor ministro les ha hecho un favor indiscutible regalándoles una propaganda impagable. No se escandalicen, yo no los conocía de nada. Es que no sabía ni que existían. De verdad, prefiero oír cualquier preludio de Bach, no se consideren tan importantes. Y por tan poca cosa, -¡además positiva y aprovechable!- no prohiban a nadie tocarles lo que no se le ha pasado por la imaginación, y espero que ni por el gusto.     

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


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