“En la Europa actual, las naciones de sólida tradición cristiana tienen una especial responsabilidad en la defensa y promoción de los valores de la familia basada en el matrimonio, que sigue siendo decisiva tanto en el campo educativo como en el social”. Son palabras del Papa en su primera audiencia pública de los miércoles después del viaje a Croacia, que comentó ante unos treinta mil fieles. El tema es recurrente en la alta jerarquía de la Iglesia, el que las naciones, los Estados, promuevan y defiendan los valores del Matrimonio y de la Familia.
Se entiende que se trata de los valores cristianos. El deseo del Papa es comprensible, sobre todo comprobando cómo la ciudadanía europea va desde hace tiempo, poco a poco antes, muy rápidamente ahora, dejando de lado las prácticas que podríamos llamar cristianas para adoptar otras que no sería equivocado denominar de laicas, civiles o mundanas, en lo referente a la moral y el derecho matrimoniales. Una de estas prácticas es la “libertad de pareja”, en todas sus variables, contrapuesta al modelo único que la cultura, el derecho y la religiosidad cristiana ha propiciado en Europa durante siglos: el matrimonio canónico entre hombre y mujer.
Benedicto ha hecho referencia también a la convivencia prematrimonial. ¡Bueno!, pre situación x de pareja fija y establecida, la que sea, en cualquiera de sus variantes, con soporte legal o, por lo menos, con su correspondiente inscripción notarial o del signo que prefieran los protagonistas. Esto me ha recordado que en una publicación de jóvenes católicos de movimientos conservadores se afirmaba hace unos días que las parejas que ha, vivido su experiencia prematrimonial tienen, después, un mayor índice de separaciones y divorcios. El dato no estaba avalado por pesquisa seria y constatable. De hecho, los jóvenes que buscan la parroquia para formalizar el expediente para la boda, en su mayoría, me atrevo a decir que más del 90%, nueve de cada diez, ya conviven en el mismo domicilio.
Eso los que piensan casarse por la Iglesia. ¿Qué pasará con los otros? Podemos suponer que la situación sea toda vía más permisiva. Lo que pide el Papa a las naciones y a los Estados está muy bien y es comprensible, como he afirmado antes, pero el problema y el meollo de la cuestión es el cómo. E incluso el quien. Europa es una realidad política, económica, social, cultural y religiosa plural en todos estos apartados. Y en otros que hubiera. Y en el siglo XXI ninguno de los Estados que forman la Unión Europea están por la labor de volver a admitir que alguna institución, del signo que sea, ¡y todavía menos! de signo religioso, ostente el monopolio ético o indicador de los “verdaderos” valores. Así que difícilmente se comprometerán a una educación en valores determinados y señalados desde fuera, pues su elección, de esos valores, hace tiempo que se ha acordado es un derecho fundamental de cada individuo o cada familia.
Sucede que no todo el mundo está preparado, ni mucho menos catequizado, primero para admitir, y luego para vivir, la sublimidad del matrimonio cristiano como Misterio, como sacramento, como signo visible del “perenne amor de Jesucristo por su Iglesia”, de Dios por la humanidad. Ni tan siquiera muchos cristianos de misa diaria, o dominical, estarían capacitados para la sublimidad de ese amor matrimonial cristiano, para mí una de las cumbres de la manifestación amorosa entre personas. Para mí, y para Erich Fromm.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara