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El escándalo de la Cruz (II)

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La miseria y el hambre: la Cruz de Haití

La miseria y el hambre: la Cruz de Haití

La Cruz es un escándalo. No paramos mientes, porque estamos acostumbrados desde pequeños a verla y venerarla, en que la Cruz es una vergüenza, y que reverenciarla significaba, en el mundo romano, como en el oeste americano podría representar venerar y reverenciar la horca. No exagero. Decía Cicerón que crucificar a un ciudadano romano era mucho mayor crimen que todos los que ese romano hubiera cometido, ya fueran muchos y gravísimos. Tal era la deshonra y la humillación de la cruz, en la que se perdía, literalmente, la condición humana, la poca que antes tuviera un esclavo, o prisionero de guerra, o liberto, o condenado, como Cristo y los cristianos, por delito de lesa patria contra el Estado.

No es una vergüenza la Cruz de Cotino, es una vergüenza la Cruz de Cristo. Según San Pablo, es “escándalo para los religiosos -judíos¨- e idiotez para los inteligentes -griegos-. La Cruz no es sólo el madero o tronco físico que la forma. Tiene muchos más significados. La Cruz de Cristo es también su obediencia al Padre, es su sacrificio redentor, es su ministerio sacerdotal y pontifical, -de “hacer puentes” entre Dios y la humanidad-, es también la consecuencia de la terrible injusticia del mundo contra los más débiles, y contra los más lúcidos y críticos. Para Jesús la Cruz es, además, la magnífica coherencia de su conducta con su Palabra, en concreto con el “Sermón de la Montaña”, con eso de poner la otra mejilla, de no oponerse al hombre malo, de ofrecer el manto al que quiere quitarnos la capa.

No sé cual de los sentidos anteriores de la Cruz de Cristo  es el más contemplado por el señor presidente de las Cortes Valencianas. O si es, tan solo, un objeto piadoso, un fetiche, un souvenir, una mera imaginería al uso, fruto de la tradición y de la costumbre. Es claro que, con la actual legislación, el acto de poner un Crucifijo en un espacio público, público en el sentido de estatal, no es ilegal, no transgrede ninguna ley. Pero no todo lo legal es siempre lo más recomendable, o mejor, no cualquier comportamiento es el más prudente por el hecho de no ser ilegal.

En el caso que comento pienso que lo políticamente correcto, dando a político su sentido real y noble, no peyorativo, sería abstenerse de poner en la mesa de presidencia de las Cortes, autonómicas en este caso, cualquier símbolo religioso. No solo porque el Estado, como tal, es aconfesional, sino porque los diputados, o invitados a las sesiones pueden, perfectamente, profesar otra Religión. Como no nos parecería adecuado que un presidente musulmán de las cortes de Melilla exhibiera una media luna como signo de su reverencia y de su coherencia con su religión, o un testigo de Jehová hiciera algo parecido. Los que afirman que el hecho religioso no tiene que estar relegado a las sacristías saben que eso no sucede, no hay más que ver el colorido de los desfiles procesionales por las calles y plazas de toda España, o los adornos florales que contemplaremos con emoción en unos días por la fiesta del Corpus.

Pero la religión, por su naturaleza, es una experiencia personal e íntima, individual y social. Y como social se vive en grupo y en comunidades, que son perfectamente visibles y públicas. Pero no con la “publicidad” de lo oficial, de lo estatal. Y debe de ser así justamente para salvaguardar escrupulosamente el derecho fundamental que disfrutan cada ciudadano de ser católico, o musulmán, o hindú, o Hare Krishna,  agnóstico, o simplemente ateo. No se trata pues de denostar la exhibición pública de signos religiosos, sino de su exhibición en espacios “públicos del Estado”, donde se realizan tareas que deben de estar clara y escrupulosamente delimitadas, y que jamás puedan ser confundidas con las manifestaciones personales privadas, ya sean  individuales o sociales.

Y para terminar, una consideración estrictamente personal: nunca me ha gustado ver crucifijos o cruces en lugares donde no se tiene ninguna certeza de que lo que allí se trajina sea acorde con los valores evangélicos, que son los que llevaron a Jesús a la Cruz. Bancos; tribunales de justicia, (¿qué porcentaje de causas ganan los abogados del montón contra las grandes firmas de abogacía?, o, ¿por qué los que tienen dinero pueden pagarse fianzas millonarias para esperar su juicio en la calle, mientra los más pobres y desamparados tienen que pudrirse en la cárcel?; y así otros mil desmanes, legales, pero, para mí, inmorales. Y no digamos ya lo de antievangélicos); Cortes o Parlamentos donde se insulta, se buscan apaños e intereses de los propios políticos, mientras el pueblo se cuece en su salsa, se suben indecorosamente las pagas de jubilación mientras los obreros menos calificados se quedan con jubilaciones de miseria, y un largo etcétera. ¿Pueden dar las Cortes Valencianas, y su señor presidente, con todo lo que ha llovido, y las imputaciones que campean por los juzgados, una mínima garantía de que se respetará con un poco de coherencia el significado de la Cruz?

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara     

 


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